"Semblanza de Pío Baroja"
Julio Caro Baroja
Ediciones 98, 2011
Posiblemente la persona que más conoció -tanto la obra como la persona- a Don Pío, fué su sobrino Julio Caro Baroja, el último gran sabio de la cultura y pensamiento de los últimos años en España. Julito, así le llamaba el novelista fue como no podía ser de otra manera, tratandose de un Baroja, un hombre de pensamiento libre, lejano a modas y alejado de todo tipo de poder, lo peor que se puede ser en España tanto en el tiempo en que le tocó vivir y no digamos en los tiempos que corren, cuanto echamos de menos a don Julio y a sus análisis de la sociedad, pero nos queda su obra a la que hay que acudir contínuamente si queremos entender y comprender el comportamiento de los españoles en los últimos tiempos. De vez en cuando se recuperan escritos dispersos editados por pequeñas editoriales como este libro en el que nos cuenta detalles de su tío con el que recorre los días vivídos en la casona de Vera. Madrid, la familia, la guerra, el exilio y la vuelta a Madrid de sus últimos 16 años de vida.
No me resisto a copiar algunos fragmentos del libro, uno de los más deliciosos leídos últimamente.
'El que lea la mayor parte de los escritos que tratan de mi tío sacará la impresión de que era un hombre triste y áspero. Sin embargo, la realidad es que durante muchas horas de su vida fue jovial, jovial como no creo que lo haya sido ningún escritor español de su época. Si alguien ha reído en casa a borbotones, de una manera dionisíaca, ha sido él. Los demás hemos tenido la risa más difícil o con un matíz más frío.
El escribir no era para él una especie de delirio ni tampoco un trabajo de fotógrafo o de notario. Era una labor paciente, de pintor antiguo que requería una vida muy regular y ordenada.
Aborrecía las instituciones fundadas con intención de intervenir en la conciencia individual, o de someterla, fuera el que fuese su signo. Sentía también antipatía profunada por las personas bien situadas dentro de una sociedad organizada burocráticamente y su simpatía por el anarquismo se fundó en este rasgo de su temperamento. Soñaba con lo imposible: con una sociedad en que los méritos individuales fueran los únicos reconocidos. Y por eso, siendo liberal y hasta anarquista de temperamento, profesaba culto a los grandes hombres.
De viejo, Pío Baroja no veía el porvenir con ojos ilusionados; como novelista creía que el mundo había perdido interés; como individualista no sentía simpatía por los credos políticos del día. Casi todos, o todos le producían aversión.
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